https://doi.org/10.5281/zenodo.17742916
NOTA EDITORIAL
La enseñanza universitaria en la era post-inteligencia artificial: del miedo al rediseño curricular
University teaching in the post-artificial intelligence era: from fear to curriculum redesign
Adilen Carpio Camacho
Universidad de Sancti Spíritus “José Martí Pérez”, Sancti Spíritus, Cuba
https://orcid.org/0000-0002-8089-3333
La universidad atraviesa un momento de inflexión histórico. Si bien siempre ha enfrentado transformaciones, pocas han sido tan rápidas y disruptivas como la incursión de la inteligencia artificial (IA) generativa. En meses, se pasó del asombro al temor: ¿cómo evaluar si una tarea fue hecha por un estudiante o por un algoritmo? ¿Qué significa aprender cuando una máquina puede redactar ensayos, resolver problemas o sintetizar literatura especializada?
La respuesta no está en prohibir ni en aferrarse a modelos del pasado, sino en repensar los cimientos de la enseñanza universitaria. La IA no es una amenaza externa, es una nueva herramienta que obliga a cuestionar qué es realmente esencial en la formación superior. Las instituciones, por su naturaleza deliberativa, fueron sorprendidas. No se trata solo de una herramienta más, sino de sistemas que imitan procesos cognitivos antes considerados exclusivamente humanos. La reacción inicial de controles, prohibiciones y desconfianza ha resultado insuficiente. La IA no se frena con normas restrictivas, sino que exige una reinterpretación crítica de lo que significa construir conocimiento en un entorno saturado de información.
Este tránsito del miedo al análisis lleva al centro del asunto: el currículo. Un currículo no es un catálogo de temas, sino una declaración sobre el tipo de profesional y sociedad que se requiere. Si los modelos tradicionales se basan en memorización, reproducción textual o resolución mecánica de ejercicios, están condenados a la obsolescencia. La verdadera pertinencia hoy radica en cultivar lo que la IA no puede hacer: pensamiento crítico, juicio ético, integración de saberes y resolución de problemas en contextos reales. En este sentido existen tres dimensiones que requieren de una revisión y análisis.
Primero, la evaluación. Ya no basta con ensayos o exámenes estandarizados, es necesario diseños que hagan visible el razonamiento: explicar decisiones, contrastar fuentes, argumentar con evidencia y aplicar conocimientos a situaciones auténticas. El uso de IA no debe prohibirse, sino acompañarse: el estudiante debe demostrar su capacidad de discernir, supervisar y criticar la información generada. La autoría ya no es “hacerlo solo”, sino “saber qué hacer y por qué”.
Segundo, la alfabetización digital crítica. No basta con usar herramientas, hay que entender sus límites: sesgos algorítmicos, opacidad técnica, riesgos de desinformación. El currículo debe incorporar, de forma transversal, temas como ética de los datos, gobernanza algorítmica y responsabilidad en entornos tecnológicos. Formar ciudadanos capaces de navegar con criterio en un mundo mediado por IA es hoy una responsabilidad académica.
Tercero, la pedagogía. La clase magistral ya no es el centro del conocimiento, que hoy es distribuido, accesible y dinámico. El docente ya no transmite información, sino que diseña experiencias, guía el pensamiento crítico y crea espacios de construcción colectiva. La IA puede integrarse como recurso para explorar hipótesis, analizar datos o simular escenarios, siempre mediada por una intención pedagógica clara.
Los cambios necesarios en la enseñanza generan tensiones. Algunos docentes temen perder relevancia, pero la verdadera autoridad intelectual no reside en el monopolio de la información, sino en la capacidad de orientar el juicio y cultivar el rigor. La frontera ya no es entre lo “tradicional” y lo “tecnológico”, sino entre quienes aprovechan la IA para enriquecer el aprendizaje y quienes se paralizan ante ella.
Por tanto, a nivel institucional, se requiere actualizar códigos de integridad académica, invertir en formación docente e impulsar investigación interdisciplinaria. En definitiva, la era post-IA no anuncia la crisis de la universidad, sino una oportunidad para reafirmar su propósito. El desafío no es impedir que la tecnología entre en el aula, sino asegurar que su presencia ayude a fortalecer lo más valioso de la formación superior: la capacidad de pensar por sí mismos, actuar con responsabilidad y contribuir con rigor y empatía al bien común. En ese sentido, la IA no es un obstáculo, sino un recordatorio: educar siempre ha sido, y será, diseñar el futuro.